miércoles, 9 de febrero de 2011

El tiempo congelado

Desde hace días me vengo percatando de una cosa muy rara: cada día por la mañana de camino a la oficina me cruzo con exactamente la misma gente. Cada día. Primero una cuarentona morena que siempre está riéndose. No lleva auriculares ni pinganillo (que yo sepa), pero siempre que me la cruzo va partiéndose la caja sola. El primer día pensé que se reía de mí, el segundo empecé a sospechar que estaba un poco loca, y ahora me cae tan bien que un paso de cebra antes de encontrármela ya me estoy riendo. Después viene un chaval alto, con gabardina y repeinado, detrás una pareja de veinteañeros que van siempre de la mano. Él espigado y feucho,  ella rubia y espectacular. Y por último un tipo con una mano atrofiada. Esto por no hablar de la gente que me cruzo fumando en las puertas de las oficinas o descargando cajas en la Filigranes. Siempre la misma gente, siempre la misma escena, una y otra vez.... Estoy empezando a sospechar que, como en el Show de Truman todo es montaje....




Dice la leyenda que en Europa a las 18.00 se recoge el campamento, se baja se persiana, se pliega, se hace un pensamiento, se echa el candado hasta la mañana siguiente. Alguna vez salí a esa hora, allá por la primavera del 2009 cuando hacía prácticas con los fisioterapeutas, ¿os acordais? pero eso nunca pasó ni en el parlamento ni aquí. Lo más temprano que salimos es rondando las siete, y es que siempre hay algo que hacer, un último email que contestar, una ultima carpeta que actualizar, un último CV que leer... y si no hay nada que hacer toca detallar en tu timetrack lo que has hecho durante la jornada.... Pero da igual que hora sea, porque frente a mí colgado en la pared hay un reloj muy especial. No se sabe cuando, ni se sabe por qué, se quedó congelado a las seis y media, y no sabemos si de la mañana o de la tarde. Y de ahí no sale, aunque quiera. No es que el artilugio haya muerto, pues el segundero se mueve, o lo intenta, pues nunca logra avanzar. Cuando tenemos visita el reloj congelado es el tema más recurrente. Algunos dicen que marca la hora de levantarse y otros la de volver a casa, es curioso cómo la misma hora es tan distinta para unos y para otros. Con tanto empeño en marcar los segundos sin avanzar en la oficina pensamos que algún día lo conseguirá y volverá a rodar. Quién la sabe... lo mismo ese día la rubia deja al feucho y se va con el de la mano mala, la cuarentona deja de reirse y el de la gabardina empieza a descargar cajas en la Filigranes... y tal vez entonces la mujer de verde  también sale de su bucle... Pero sí sabemos que cuando en unas semanas nos mudemos de oficinas y un reloj digital con voz de mujer te diga el nivel de polen en el aire y se chive de que no has tirado de la cadena, echaremos de menos el viejo trasto inútil.

1 comentario:

Sara dijo...

Lo que me he reido nene, jajajaja