martes, 21 de diciembre de 2010

Every man for himself


Lo primero era encontrar una playa desierta. Un poco sobresaturada pero perfecta para añadir todo lo que necesitaba. Un avión ladeado, vegetación y unas salpicaduras. Eran las piezas que necesitaba para hacer una copia en la pantalla de la foto que ya tenía en la cabeza.  Para sentarme delante del Photoshop necesito tener el puzzle en  mente antes de ponerme a buscar piezas. Y el puzzle viene cuando quiere, o cuando le dejan. Ya da igual que sea una botella flotando entre olas picadas o un avión que a penas ha rozado la superficie del agua, la idea es de movimiento, bastaría un segundo para que se hundiera la botella o desapareciera el avión. Estamos en San Borondón desde hace 130 días. Tierra de nadie. Muchos de los que quieren venir no encuentran la forma mientras otros, como quien escribe, llegan sin querer y aqui se quedan... Todo estaba tranquilo, como siempre, una mañana más en su rutina. Las hojas de las palmeras se mecían suavemente mientras una mariposa revoloteaba entre las orquídeas. Esta isla era un remanso de paz. Entonces pasó. Con un estruendo como un relámpago y el ruido del metal que se dobla bajo el agua, se rompió la monotonía. Nuevas caras, personas dispuestas a poner tu vida patas arriba para bien o para mal. Sus vidas no empiezan en la isla sino que llegan con las maletas llenas de experiencias, vivencias, lecciones aprendidas y suspensos. Se camuflan entre la vejetación o prenden fuego al bosque, o ambas cosas a la vez. Vienen para quedarse, aunque se vayan, se quedan sus susurros. Aunque sigan llenando sus maletas con capítulos en tierra firme mientras aquí alguien les recuerde seguirán siendo parte de la isla.  Whatever happened, happened. Aquí se quedan conmigo los trozos del fuselaje, tal vez me sirvan para hacerme un refugio con ellos. Bienvenidos sean los que llegaron. Y hasta siempre



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