jueves, 19 de mayo de 2011

København III: Por quién doblan las campanas

Fachada Iglesia de Jerusalen
Y quien dice mañana dice en dos semanas... tarde pero aquí estoy.

Contra todo pronóstico el domingo a las 9 de mañana estaba en la puerta de la Iglesia de Jerusalen. Los otros se habían quedado durmiendo y el danés llegaba tarde, así que ahí estaba yo desmontando tópicos sobre la pereza de los españoles. Cuando ya estaban sonando varias iglesias apareció el lugareño apresurado, me llevó a matacaballo al interior de la Iglesia y me presentó al ministro, que no es miembro del gobierno, sino que es como llaman al sacerdote que dirige la misa. Y acto seguido corriendo hacia el campanario. Y venga a subir escaleras...




Cada vez más estrechas y precarias, corroídas y empinadísimas. Y llegamos al último piso, ahí estaba en medio una campana inmensa y más antigua que el andar pa' alante. '¡Ahora hay que abrir las ventanas!. ¡Rápido!' Madre mía que estrés para un domingo de buena mañana. Y yo abriendo todas las ventanas del campanario y el danés que aparecía y desaparecía trasteando por los rincones. Las vistas impresionantes, de dejarte sin habla, y más sabiendo que muy, muy poca gente las habría contemplado desde ese mismo lugar. Reaparece el danés con unos cascos como de escuchar musica me los da y vuelve a desaparecer bajando unas escaleras. Me los pongo y me quedo pasmado con las vistas, alucinado. Algo se mueve rápido a mis pies. Miro. Es una mano. En el hueco de las escaleras se asoma el campanero diciéndome algo. Pero no se qué me dice. Mueve la mano muy deprisa, la mano izquierda. No entiendo nada. Se señala la cabeza y mueve la mano. Mi cara, un poema. Y se vuelve a señalar la cabeza... ¿o es la oreja? Y entonces lo entiendo. Me quito los cascos que me hacían ventosa en los oídos y recupero el sentido. Me está pidiendo un guante que debe estar tirado por algún lado. Lo busco, lo encuentro y se lo doy. Me pongo rápido los casos porque aquí se va a liar parda... Y se lía. Cómo suena la campana, válgame Dios. El chaval se guía por el iPhone para seguir la cadencia que toca y aparece empapado en sudor. '¡Rápido!¡Ahora a por las banderas!' Bajamos corriendo las escaleras y de repente me veo abrazando un mástil que pesa como un cañón. Con miedo de cargarme las puertas de cristal coloco el pesado palo e izo una bandera danesa que tiene más de cien años.

'En Dinamarca no puedes izar una bandera española, pero no hay ningún problema si izas una bandera sueca. Los escandinavos somo como un mismo pueblo. ¿No os pasa lo mismo en el sur de Europa?'.

'Pues mira, en el Sur de Europa nuestro único amigo es Andorra, pero puedes izar cualquier bandera menos la española'.

Esta es la Iglesia de Jerusalen por dentro


Cuando las banderas rojas con la cruz blanca empezaban a ondear, corrimos de nuevo hacia el campanario. Ahora había que sonar la campana tres veces, por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo y luego, cerrar todas las ventanas del campanario. Una vez concluído el periplo bajamos a la misa. Y tengo que reconocer que me sorprendió mucho, y gratamente, mi primera experiencia metodista. La iglesia estaba a rebosar y llena de gente jóven. Fue un acto muy participativo con un sacerdote guiando la misa y otro tocando la guitarra en una banda acompañada por un coro. Una pantalla gigante daba soporte a la misa con imágenes y reproducía las letras que cantaban los fieles. Nada de canciones ñoñas o cursis... U2, Coldplay... Según me contaron, la iglesia tenía dos coros gospel de primer nivel. No habían púlpitos, no había la característica rigidez católica. Pero si que estaban los elementos suficientes como para no sentirte apóstata o infiel: Biblias, comuniones con el pan y el vino, relatos que nos son comunes y conocidos en España... era como estar en una misa católica y en el Siglo XXI a la vez. Raro, ¿eh?.

Cuando la ceremonia terminó llamé a mi pandilla que ya estaba desayunando. Les pregunté sobre sus planes y me comentaron su idea de visitar el pueblo de Hillerod. Se lo comenté al danés ¡y se ofreció a hacernos de guía! Os podeís imaginar que después de toda una jornada que fue como una clase de Historia escandinava acabamos encantados con la hospitalidad y calidez nórdica. Desde luego, visitar esos museos y pasear por aquellas calles no habría sido ni de lejos parecido de no haber contado con la experiencia de un nativo. Y cuando volvimos por la tarde, los españoles nos fuimos de fiesta. Cómo no.











1 comentario:

Paquito dijo...

Enhorabuena: ¡Cómo te lo pasas! ¡Sí señor! ¡Te lo mereces! :-))

Muy chulo: me dan unas ganas enormes de pasarme algún día por allí :-))

Un abrazote,

Paquito.