sábado, 7 de mayo de 2011

København II: La Sirenita

El sábado, hace ahora una semana, nos levantamos relativamente temprano. Después de desayunar arrancamos hacia un destino claro y conocido: La Sirenita.




Impresionante Nihavn. El puerto plagado de barcos de madera salidos de un cuadro histórico y rodeado de fachadas de colores, terrazas y turistas de todos los rincones del planeta. La casa número 9 es la más antigua, de 1681, y su diseño no se ha alterado desde entonces. Entre sus ilustres vecinos estaba Hans Christian Andersen, que vivió en los número 20, 18 y 67.








Continuamos bordeando canales y saludamos a la Ópera desde la orilla de enfrente, encontramos una curiosa celebración rústica y familiar en la que los niños pescaban y tostaban pan al fuego mientras los padres tomaban unas cervezas bajo un sol  impresionante. Nos chocó muchísimo la media de edad con la que se tienen los primeros hijos en Dinamarca. A mi edad, 27, lo normal sería estar ya casado y con hijos, algo común en una gente que antes de cumplir los 18 ya se han independizado. Padres veinteañeros salen a hacer footing empujando carritos y si entran a un bar, cafeteria o cervecería dejan a los bebés en la calle... Ni qué decir tiene que eso en España sería criminal, pero en Copenhague la seguridad y confianza es tal que los padres se atreven, sin pudor alguno, aparcan los carritos para, según dicen, que la criatura se vaya acostumbrando al frío.







Después de mucho caminar y enamorarnos del país a cada paso, llegamos a la famosísima Sirenita, rodeada por un enjambre de turistas. Su padre fue el escultor Eriksen, quien se insipiró en el cuento de Andersen La Sirenita que mucho después Disney llevaría al cine. Pero la Sirenita nació realmente en la cabeza de un cervecero fascinado con la obra de Andersen, que le pidió a Eriksen crear la escultura que posteriormente fue donada a la Ciudad de Copenhague. Nacida el 23 de agosto de 1913, esta mujer pez ha tenido una vida dificil. Ha sufrido múltiples agresiones, la han atacado con explosivos, le han arrancado un brazo, le han colocado un burka e incluso la han decapitado. Recientemente se atrevió a salir de Dinamarca por primera vez en su casi cien años, y se fue a China ni más ni menos, a la Expo.  Y ahora ahí sigue en su roca de siempre, con sus 175 kilazos y su escaso metro venticinco frente al puerto en el Parque de Langelinie. Tras la foto de rigor y un paseo por los jardines, tocaba prepararse, esa noche nos habían invitado a una fiesta privada...











Todo empezó tres semanas antes, un sábado de fiesta saliendo con los amigos de las instituciones. Es común conocer a gente nueva y ampliar círculos con conocidos de conocidos. Es normal también que la gente con la que hablas de fiesta y con algunas cervezas de por medio sean amigables, y tampoco es raro que se ofrezcan a sacarte de fiesta cuando les dices que en unas semanas vas a visitar su país. De lo que tenía más dudas era de que todo eso se mantuviera tres semanas después tras una breve conversación en una noche de copas. Pero cuando la noche del sábado llegó, nos encontramos con una auténtica fiesta en nuestro honor... ¡Qué podemos decir de la hospitalidad danesa! En casa de nuestro anfitrión nos sentimos como en nuestra propia casa. Los daneses nos bombardeaban con prguntas sobre nuestro país, nuestras costumbres y tradiciones... siempre con tanta curiosidad como respeto. La religión, como importantísimo factor cultural y piedra base sobre la que se levantan muchísimas tradiciones, es algo que siempre me ha llamado la atención. La principal confesión en Dinamarca es la cristiana protestante y, como rasgo principal no siguen al Papa sino que la máxima autoridad religiosa del país es la Reina Margarita II. Hablaba de todo esto con un chaval muy activo en la vida de si iglesia, tal es así que al día siguiente le tocaba hacer sonar las campanas para llamar a misa. La idea de subir a un campanario y sonar las campanas me llamaba mucho la atención, tal vez por ese sonido tan familiar en España, tan cotidiano y sin embargo tan apartado y lejano ¿quien hace sonar esas campanas? ¿son monjes? ¿es algún tipo de maquinaria automática? Por eso, cuando me ofreció la posibilidad de acompañarle no pude resistirme a aceptar... a pesar de las dudas generalizadas tanto en el sector danés como en el español sobre nuestra capacidad para madrugar un domingo tras una noche de fiesta... Si cumplí la promera o no ya os lo contaré mañana... el sábado acabó muy bien en compañía de los locales y alejados de turistas. Aquí tenía que haber gato encerrado... ¿cuando iba Copenhague a darnos la primera decepción, el primer disgusto, el primer chasco?

1 comentario:

Sara dijo...

Estoy como tonta leyendo o mejor dicho, devorando, cada párrafo...me encanta nene, yo quiero ir!