jueves, 17 de marzo de 2011

Red Sky

Estos días asistimos a uno de esos eventos post 11S en los que los ultramodernos efectos especiales de Hollywood son solo una copia mala de la realidad. El derrumbe de las torres gemelas inauguró una era de globalización extrema en la que las tecnologías han evolucionado en 10 años el equivalente a los últimos 100. El iPhone era ciencia ficción entonces y ahora está al alcance de cualquiera. Ya aquel 11 de septiembre asistimos a la tragedia en riguroso directo, pero nada comparado con lo visto estos días en Japón. Tantas imagenes, tantos planos, tanto realismo que parece ficción, acostumbrados a aquellas ficciones tan realistas made in America, no nos creemos que pueda ser cierto lo que vemos. 'Parece una película' se dicen a sí mismos quienes contemplan en directo la desaparición de una ciudad bajo océano pacífico. Curioso que comparemos la realidad con la ficción y no al revés. Las catástrofes de Japón ponen sobre la mesa todas las caras de la humanidad como nunca antes se habían mostrado. El choque de la civilización latina, hipersensible y expresiva con la resistencia numantina de aquellos japonenes que no derraman una sola lágrima. Brotes espontáneos de solidaridad que soportan una inmensa carga de impotencia. Empatía y cariño. Miedo ancestral y primitivo que se manifiesta en lo nuclear como las bestias temen al fuego. Un instinto que empuja a nuestros gobernantes a adoptar poses ridículas con tal de tranquilizar a una población alarmada por unos periódicos sedientos de drama dispuestos a estimular ese miedo original machacando día tras día con titulares apocalípticos. Muchos analistas han escrito estos días sobre nuestras debilidades incidiendo en que Japón es precisamente (o era) la nación tecnológicamente más avanzada del mundo, pero ha sido incapaz de hacer frente a la naturaleza. Lo que muy pocos expertos han analizado es la reacción instintiva de nuestra especie, ese miedo a lo nuclear forjado en Hiroshima y Chernobyl, aquella foto de la seta nuclear grabada a fuego en nuestro ADN y heredada generación tras generación. ¿Instinto o recuerdos adquiridos?. Reacciones primarias que no se estimulan con enfermedades ni catástrofes aéreas, y eso que seguimos sin saber volar, pero que el fantasma invisible de la radiación lleva al extremo. Tal vez esos instintos tan poco humanos sea lo único que nos quede de humanidad. O tal vez sea lo poco que nos queda de bestia.

No hay comentarios: