miércoles, 5 de agosto de 2009

FR 9339


Miércoles 5 de agosto. Son las 8.05 de la mañana y el vuelo FR 9339 está a punto de iniciar su singladura con destino a Palma de Mallorca. Las auxiliares de vuelo, antes llamadas azafatas, como bailarinas low cost desarrollan una peculiar coreografía con chalecos salvavidas y máscaras de oxígeno mientras señalan elegantemente las salidas de emergencia y una voz en off te dice que de fumar nanai. Miro a mi alrededor y nadie las atiende. Frustrante para la artista y para la potencial víctima de un plane crash. Quedaría muy cinematográfico que el autor actualizase el blog desde su asiento en clase turista, haciendo balance de los últimos cinco meses mientras el avión recorre a toda velocidad la pista del aeropuerto de Charleroi, pero no os voy a engañar, esta entrada la escribí hace unos días en mi habitación de Jette. Lo que sí es verdad es que toca hacer balance...

Llegué a Bruselas un 10 de marzo y la dejo un 5 de agosto. Casi cinco meses que a veces me han parecido más y a veces menos, pero es lo que tiene el tiempo, que lo que para unos es un día para otros es toda una vida. El balance que hago de esta experiencia no es malo, pero tampoco es el mejor. Supongo que es normal, cuando uno ya cambia de ciudad y país por tercera vez y cuando cada experiencia ha superado a la anterior, que llegue un momento en el que, bueno, se saque un aprobado justo. Bruselas, la verdad, nunca estuvo en mis planes. Lo que yo de verdad quería era ir a Londres o incluso, miel sobre hojuelas, a Estados Unidos. Pero algo que he aprendido estos meses es que en la vida el camino más corto entre el punto A y el punto B es la línea recta, pero el más probable es el zigzagueante. Así, después de meses en los que me veía condenado a pasar de estudiante a pensionista delante de un ordenador enviando currículums, acepté la propuesta de Bruselas. ¿Y que vas a hacer ahí? Me preguntaban una y otra vez, y yo repetía las dos frases que mi futuro jefe me había soltado por teléfono intentando, a base de repetirlas, descubrir en qué consistiría mi trabajo.

Cuando vives en una ciudad, la imagen que te queda de ella no tiene nada que ver con la belleza o fealdad de sus monumentos, calles o plazas, sino con la experiencia personal que has vivido allí; a mí Bruselas no me parece fea, pero no me apasiona. Bruselas es para mi una vieja antipática pero forrada, a la que tengo que hacer compañía si quiero que me dé la clave de su caja fuerte para entonces coger la pasta e irme. En otras circunstancias podía ser la chica del calendario, pero en las mías...

Para empezar la residencia. Lejos del centro y más lejos aún del trabajo, lo que me limitaba no solo la capacidad de improvisar sino la libertad de movimientos. Y otra vez residencia... cuando después de ocho años realmente me apetecía compartir piso con unos pocos y no baño con doscientos. Una residencia que además carecía de ese 'calor' que se vivía en el Barberán en Madrid o en Carli en Padova. Una residencia que no tenía ni nombre propio y se llamaba simplemente Casa de Estudiantes de Jette como el que dice Residencia Universitaria de Carabanchel.

El trabajo ha sido otro factor. Realmente no siento que haya aprendido mucho y tampoco he aplicado lo que ya traía aprendido. Con mi jefe genial, eso sí, pero cuando aún hoy me preguntan ¿Y que haces ahí? la respuesta sigue siendo la misma que hace cinco meses, y si insisten, me encojo de hombros y les digo que lo que he hecho ha sido, básicamente, estar. Estas prácticas rápidamente se me revelaron como una excusa, una posibilidad de meter la cabeza en otra cosa, en las intituciones tal vez, pero esto ha sido un trámite, un pasillo que conecta mi vida universitaria con la profesional, no más. De hecho las horas de ocio creo que han superado a las de trabajo. Y generalmente nadie se queja de tiempo libre si le sobra el dinero para disfrutarlo.

El parné. La beca no era para tirar cohetes y llegó mucho más tarde de lo esperado. Estando las cosas como están he contado hasta el último céntimo y teniendo en cuenta que solamente por salir a la calle ya gastas, he invertido muchas horas en la residencia donde, además, los entretenimientos domésticos me dejaron totalmente tirado. La cámara empezó a hacer fotos rosas y a morir de repente para luego resucitar mientras el ordenador, sufriendo por un sobrecalentamiento en la memoria, la refrigeración o vaya usted a saber donde, me prohibió entretenerme con algún juego, alguna película o música. En ese contexto, que los auriculares de tu iPod se estropeen es ya una broma macabra que pasa de castaño a oscuro y si encima mantener una conversación telefónica con los tuyos es una misión imposible porque cada dos minutos el teléfono se cuelga, o te ríes a carcajadas aún a riesgo de que te ingresen, con toda la razón del mundo, en un psiquiátrico o lloras y te aguantas.

A simple vista, así leído uno puede pensar que existen en el mundo muchísimas personas con más motivos para quejarse y que quedarse sin iPod es cualquier cosa menos dramático. Y lo sé y no dejo de valorar lo afortunado que soy. Pero alrededor de cada uno de nosotros existe un entorno en el que nos movemos a diario y que está compuesto por pequeños detalles, pequeños engranajes que por separado no son absolutamente nada, pero que juntos conforman tu día a día. Si una pieza falla seguimos adelante, pero si empiezan a fallar muchas la situación deja de ser confortable.

Por otra parte son muchísimas las cosas positivas que saco de esta experiencia. En primer lugar la gente que he conocido, las amistades hechas, las risas y las fiestas, porque también las he tenido. Me llevo un inglés un poco más fluido, con un diploma del British Council, la capacidad de entender conversaciones simples en francés e incluso de hacerme entender aunque sea con un vocabulario un tanto precario y la práctica casi constante del italiano. He disfrutado de las visitas de los que están ahí siempre. Javi llegó cuando yo apenas había aterrizado y volvió para llevarme al aeropuerto de vuelta a casa. Isa pisó Bruselas en medio de la historia encantada de conocerse y Cris y Teresa despidieron la ciudad conmigo. Y después está la experiencia en sí misma de la que he aprendido muchísimo. He aprendido a valorar ciertas cosas que antes daba por hechas, he aprendido sobre el esfuerzo y la paciencia y, como decía más arriba, que por muchas metas que nos pongamos no sabemos cuántos meandros tiene el río, cuánto tardaremos en llegar o en qué puertos insospechados recalaremos por el camino.

'El balance que hago de esta experiencia no es malo, tampoco es el mejor', decía al principio, y ahora añado que repetiría. Muchas gracias a quienes me habeis seguido y a quienes, con vuestros comentarios, me habeis dado ánimos y consejos, a quienes me habeis acompañado en esta rutina. También habéis sido parte del viaje. Tras 44 episodios, aquí se acaba este capítulo.

Hasta la vista.



3 comentarios:

Paquito dijo...

:-))

¡Y sin embargo repetimos! :-))

Esa es la lección más curiosa: seguimos repitiendo el mismo camino, la misma experiencia... La misma que nos hace resistir, sin importar si nos gusta o no, si queremos o no estar ahí...

La Europa que nos prometieron en Maastricht es, grosso-modo, antipática, conservadora, casposa y, hasta cierto punto, cutre...

Pero tienen riqueza y están organizados: un país que es un error histórico con dos comunidades completamente divididas y ahí los tienes, montaditos en el dólar, con unos estándares de calidad de vida (más allá del tiempo, no seamos simplistas) que firmaríamos en otros países sin pensarlo...

Pero eso es "ésta zona"... Siempre deseo al personal que ojalá algún día tengan la suerte que yo tuve y que puedan vivir y trabajar en Alemania... Para mi sigue siendo el referente: el estándar de calidad que prevalece, a lo que se debe aspirar...

¿Londres? Suena más glamuroso pero si te has quejado de las distancias en Bruselas, me parece que entonces en Londres habrías acabado a cabezazos contra la pared...

¿Los gajes del oficio? Sonríe: si la cámara muere, bueno, sólo es una cámara... Que el ordenador se suicida: bueno, sólo es un ordenador... Que el iPod se declara en huelga: sólo es un iPod...

Asumir y entender que todo es prescindible, que necesitas menos que nada para seguir adelante: disfrutar de tu pequeña jaima y tu pequeño fuerte nómada... Todavía puedes hacerlo: eres joven y el Delirium siempre estará allí...

Pero un día ya no podrás ir y ya no serán las distancias, o la residencia, o el tiempo...

Así que, ante todo: que te quiten lo bailao, has hecho algo que muy pocas personas se atreven a hacer... Y has conseguido lo que querías, no quizás de la forma que habías imaginado, pero lo has conseguido nene y eso es lo más importante...

A partir de ahí: el mundo sigue a tus pies, así que a por ellos que son pocos, cobardes y, como ya has visto, de "pensamiento retardado"...

Con poquito que hagas, presidente de la Comisión Europea (ya has visto el nivel :-)).

Un abrazo enorme y disfruta de tu verano :-))

Paquito.

Germán Van der Walle dijo...

Hola Paquito¡¡¡

Muchas gracias por tu comentario y disculpa el retraso, estaba haciéndote caso y disfrutando de estos primeros dias de verano XD

Tu análisis lo firmo y lo compro. Ahora solo me queda disfrutar del sol de España. Una abrazo y disfruta tú tb del verano¡¡¡

Isabel mamá de Laura dijo...

Germanitx!! de todas las experiencias se aprende, y tu en Bruselas has aprendido mucho. Ya sea a buscarte la vida en muchas cosas que antes te venian hechas o a superar esos baches que hacen que uno se vuelva mas duro... que siiii, que ya nos hacemos mayores y tenemos nuestras responsabilidades!!!
Y cuando vuelvas, aunque sea otra vez Bruselas, será completamente diferente y también aprenderas mas cosillas que te serviran mucho en tu futuro.
Ahora a disfrutar del veranito!
Por cierto... nos dejas sin blog??? podrias contar historias mallorquinas, no nos abandones!!!!